Juan Carlos Escudier
16/04/2018
El capitalismo nunca ha ocultado que es muy salvaje e, incluso, suele presumir de ello para que les quede claro a los que han faltado a clase. La suya es una avaricia sin tregua, una filosofía darwiniana de la existencia que se resumía en esa frase de “la vida es dura” antes de que nuestro cuatrero más famoso acuñara otra definición más precisa: “Es el mercado, amigo”.
Como todo lo sabemos nada nos escandaliza, y deja de ser noticia, por ejemplo, que los analistas de Goldman Sachs hayan puesto letra a una música que las grandes farmacéuticas venían orquestando a plena luz del día: la enfermedad es un negocio y la curación una ruina.
Los de Goldman, esos amos del mundo que igual falsificaban las cuentas públicas de Grecia que te hundían al descuido el sistema financiero mientras presumían de ser insumergibles a cualquier naufragio, tienen un servicio de estudio a la altura de su prestigio. Acaban de publicar un informe titulado La revolución del genoma (The Genome revolution para los que tienen master) en el que ‘descubren’ que acabar con las enfermedades es muy perjudicial para la salud financiera de las compañías.
El autor del trabajo, Salveen Richter, es tremendamente didáctico. Pone como ejemplo el caso de Gilead Sciencie, una compañía biotecnológica estadounidense que ha prosperado mucho con medicamentes retrovirales para tratar el VIH o la hepatitis.
Todo le iba bien hasta que comercializó un fármaco contra la hepatitis C efectivo en un 90% de los casos. ¿El resultado? Pues que sus ventas han pasado de 12.500 millones de dólares en 2015 a los 4.000 que prevé para este año.
La moraleja es evidente: si quieres ser rentable no cures del todo, especialmente en enfermedades infecciosas, porque a la vez que disminuyen tus pacientes lo hace el número de portadores capaces de transmitir el virus a otros potenciales consumidores de tus remedios.
Sin llegar a sugerir abandonar los medicamentos que ofrezcan soluciones definitivas, que es en realidad lo que hace, el informe propone soluciones puramente económicas, del estilo de dirigirse a “mercados grandes” de enfermos como los hemofílicos, a trastornos con alta incidencia como la atrofia muscular espinal y ampliar la cartera de pócimas, de manera que nuevos ingresos compensen el retroceso en las ventas de las que ya se han comercializado. En definitiva, la terapia génica puede ser un gran salto para la humanidad pero un enorme traspiés para las farmacéuticas y no estamos aquí para perder dinero. Hay mucho negocio -4,8 billones calcula Richter-, muchas oportunidades de inversión, fusiones a la vista, compras de empresas, pero que no falte la cabeza. No se puede ir curando a lo loco.
No se trata de nada que no se conociese aunque sorprende el descaro. De ahí que sea más necesario que nunca acabar con el oligopolio de unas compañías que anteponen la cuenta de resultados a la salud y que controlan la investigación y el acceso a los medicamentos de la inmensa mayoría de la población mundial. De nada sirve tener las herramientas si no se utilizan.
La solución está en una investigación y financiación pública que corrija ese vergonzoso ratio según el cual sólo el 10% de la inversión se dedica al 90% de las enfermedades mortales.
Son urgentes patentes públicas de medicamentos y estrategias institucionales para terminar con los precios abusivos impuestos por las multinacionales.
Mientras no se derogue la ley del mercado, la gente seguirá muriendo en masa porque se gana más dinero con las cremas antiarrugas, y tendremos que dar la razón al amigo Rato y a Goldman Sachs.
Fuente: http://blogs.publico.es/escudier/2018/04/16/curar-a-los-enfermos-es-una-ruina/
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